La lectura de este poemario es capaz de mantenernos atados a cada p gina, una especie de cuerda jalando emociones, un sentimiento il cito que te circunda m s all de toda comprensi n. As recorres estos caminos, buscando una libertad absoluta. La promesa mantiene los pies firmes, empiezas a escuchar la confluencia de sonidos para distinguir voces y estilos. Hay dos voces desde el inicio que prometen zafar las amarras y conducirnos a la libertad prometida. Dos est ticas unidas en un mismo grito. Dos voces que intentan corear sinfon as y ser o das m s all del espacio habitable de una p gina. Esa es la impronta de este poemario. Ser n ella y l, por llamarlos de alg n modo, pues nada m s alejado de las vanas dicotom as que estos poemas. l descubre las hojas como aliadas del hombre, as como encuentra al hombre enemigo del hombre, momentos dif ciles en los que el poeta es tan terrenal que asusta. Ella se preocupa por las perlas, entes muertos en el cuello, qu rara imagen sugiere, escenas en las que uno solo vive a trav s de estos versos. l vive en la "Cuba profunda", esa que es eco de la desventaja y el tedio de las horas. Ella vive en el exilio, lejos de sus marpac ficos y sus calles olorosas a silencios. Ella advierte su paso por uniformes, h roes y panes escasos, advierte los muros y sus previsibles ca das. Es una mujer llamada tiempo, llamada vergel, llamada Miladis Hern ndez Acosta. Una voz honda y predominante como los oc anos. l esconde sus advertencias, se reduce a un pensamiento il cito, uno que necesita ser camuflado. Es Armando L pez Carralero, una voz seductora en la joven po tica del Oriente cubano que se despliega m s all de las formas de un mapa estirado, una voz certera. l sabe que tiene unas manos largas como los le adores de los bosques silenciosos. Ella es la extrema delicadeza, la fin sima palabra. O tal vez los confundo. l o ella. C mo nombrar lo que la lengua no mitiga. Nunca estos pronombres fueron tan innecesarios. Esa es la aut ntica poes a, la que logra confundir y nos empuja hacia una fase superior del entendimiento. Liliana Rodr guez Pe a Montado, en versos que no se acoplan, todo el libro es un acompa amiento ad libitum, a modo de jam session, con la informal afinidad temperamental que a Miladis y a Armando les caracteriza. Constituyen -hablando en buen cubano-, la descarga personal, que ellos se montan, en tonos y matices un tanto sincopados, en sus respectivos modos y maneras. A veces sentenciosos o dispersos, pero siempre con el misterioso lan de la vital fuerza del lirismo. Juan Francisco Gonz lez D az.
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