El m s joven de los dos solt la vara le osa que le serv a de apoyo, sus rodillas se doblaron, y desliz ndose entre los brazos de su compa ero, que hab a acudido a sostenerle, qued tendido en el suelo al pie de un matorral. -No puedo m s, Fernando. El Se or me valga Su rostro delicado, casi femenil, palideci hasta tomar una blancura verdosa. Sus ojos negros, rasgados en forma de almendra, se cerraron, despu s de un parpadeo de angustia. Fernando, arrodillado junto a l, lo abrazaba, hablando al mismo tiempo para infundirle nimo. - Lucero , mi tesoro Arriba ... No te entregues. Pod a descansar un poco, y luego continuar an su viaje, durmiendo aquella noche en C rdoba. Pero su compa ero parec a no o rle. Instintivamente hab a apoyado su cabeza en uno de los hombros de Fernando, quedando adormecido, sin m s signo vital que una d bil y fatigosa respiraci n. El llamado Femando, siempre de rodillas, mir en torno, sin ver a ning n ser humano en los dos extremos del camino ni en las tierras inmediatas.
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