Ahora bien, no pod a ser sino all . Yagual olfate la piedra - un s lido bloque de mineral de hierro- y dio una cautelosa vuelta en torno. Bajo el sol a mediod a de Misiones, el aire vibraba sobre el negro pe asco, fen meno ste que no seduc a al fox-terrier. All abajo, sin embargo, estaba la lagartija. El perro gir nuevamente alrededor, resopl en un intersticio y, para honor de la raza, rasc un instante el bloque ardiente, hecho lo cual regres con paso perezoso, que no imped a un sistem tico olfateo a ambos lados. Entr en el comedor, ech ndose entre el aparador y la pared, fresco refugio que l consideraba como suyo, a pesar de tener en su contra la opini n de toda la casa. Pero el sombr o rinc n, admirable cuando a la depresi n de la atm sfera acompa a la falta de aire, torn base imposible en un d a de viento norte. Era ste un flamante conocimiento del fox-terrier, en quien luchaba a n la herencia del pa s templado -Buenos Aires, patria de sus abuelos y suya- donde sucede precisamente lo contrario. Sali , por lo tanto, afuera, y se sent bajo un naranjo, en pleno viento de fuego, pero que facilitaba inmensamente la respiraci n. Y como los perros transpiran muy poco, Yagua apreciaba como es debido el viento evaporizador sobre la lengua danzante puesta a su paso. El term metro alcanzaba en ese momento a cuarenta grados. Pero los fox-terriers de buena cuna son singularmente falaces en cuanto a promesas de quietud se refiera. Bajo aquel mediod a de fuego, sobre la meseta volc nica que la roja arena tornaba aun m s caliente, hab a lagartijas.
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